En aquel momento, que acabásemos de acostarnos era absolutamente lo de menos. De hecho, era reconfortante que después se quedasen durmiendo, porque lo que venía entonces era mi momento preferido. La absorción.
Mi droga ha sido siempre quedarme con detalles, las cosas a las que no les dan ninguna importancia pero tú si.
Nunca les conté que me sabía de memoria el número de rallas azules y beiges que tenía la cortina, el número de fragmentos de madera del cabecero de la cama, cuántas chapas había en el corcho (3 y muy feas), o que podía dibujar el paisaje de la ventana en un papel con los ojos cerrados.
Las cosas absurdas y triviales de las que se rodeaban todos los días.
Poder recordar esas cosas me parecía fascinante. Yo no iba a ser la mujer de sus vidas. El polvo de antes probablemente no significaría nada. Pero yo me sabía de memoria el número de rallas de la cortina o las chapas que había en el corcho... y eso me dejaba tranquila. Aunque no lo supieran.
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