Cuando somos niños, nuestros padres son especialmente
sensibles a nuestras molestas acciones y suelen decirnos qué tenemos y qué no
tenemos que hacer. De hecho, ésta sensibilidad suele convertirse en un vicio
que, en ocasiones continúa hasta… pongamos por decir algo, “Siempre”.
Y de eso va precisamente esta historia, de cómo gracias a la
responsabilidad de un padre mandón y de
un niño desobediente la vida en la tierra es tal y como la conocemos ahora
mismo.
La casa de Benjamín por increíble que parezca, estaba
situada en lo alto de la atmósfera. Sé que es raro, pero era así. Tenía mucho
espacio para corretear, pero era absurdo porque deslizarse por la nada sin que
ocurriera algo emocionante no le aportaba ningún tipo de satisfacción. No podía
hacer casas con toallas y sillas en el jardín puesto que allí no había tal
cosa, ni vecinos con hijos con los que jugar. En resumen, podemos decir que
Benjamín se aburría como una auténtica ostra, así que su mayor afición no era
otra más que la de darle el coñazo a su padre, el viejo Will, trabajador
empedernido y escultor de nubes a tiempo parcial. Podemos decir que Will era un
profesional de la decoración cielar entre otras muchas cosas y su trabajo le
impedía mudarse a otro lugar más cómodo para la vida familiar.
Benja era un chaval bastante hiperactivo, cosa que ponía de
los nervios al pobre Will. Su divina esposa ya no estaba junto a él para
echarle una mano y para ayudarle con la enseñanza del crío. El caso es, que el
pobre diablo al cumplir los 6 años de edad, cogió la costumbre de colarse en el
lugar de trabajo de su padre y rebuscar por todas partes objetos interesantes
con los que pasar el rato.
- -
¿¡Ya estás otra vez haciendo trastadas, niño!?
¡Deja las cosas de papá! ¡No toques eso!
Cada vez que su padre le daba una reprimenda, los motivos
para continuar realizando aquello aumentaban con creces. Ojalá hubiera
descubierto antes ese chute de adrenalina. Desde entonces, Benjamín se interesó
en hacer todas aquellas cosas que no debía. Bueno, tenía solo 6 años, no
conocía otras formas de ser rebelde, por lo que decidió día tras día tocar todo
aquello que le estaba prohibido.
Un día, observó que había una caja metálica en la pared del
despacho. Estaba oxidada y parecía que no se había abierto durante siglos… sería
muy interesante descubrir los secretos que dentro de la caja se hallaban. Cogió
un palo con el que hacer palanca, y ¡Zas! La caja se abrió.
Solo había un botón de color rojo.
Acercó suavemente el dedo hacia él y éste hizo “click”. Las nubes que tanto costó a su padre fabricar empezaron a
moverse de un sitio a otro, unas más lentas, otras más rápidas, creando así un
nuevo fenómeno nunca visto hasta entonces, y tras él, como desencadenante
surgieron muchos fenómenos más.
El mundo es culpa de un niño de 6 años, pues solo él tuvo el
valor de pulsar el botón del viento.
Ya no se aburrirá más. Pobre papá... dicen que ahora no tiene que trabajar más.
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