Treinta y nueve: Aeneas One

No hacía mucho viento, pero el sonido de las hojas rozando las unas contra las otras retumbaba con gran intensidad en su cabeza. 

Aeneas se encontraba allí en silencio. Subido en la rama de un gran árbol. Estaba enfadado. Estaba cansado de todo. Mientras tanto, no podía evitar pensar y mirar una manzana situada 3 árboles al frente. Se sentía pesado. Sentía caer con su propio peso. Odiaba encontrarse así cuando la dirección no le era de provecho y, normalmente sabía cómo hacer que todo fuese a su favor: Posición, tensión, efecto...

Se colocó un mechón de su pelo castaño que difuminaba parte de la visión del ojo derecho. Los cerró y se echó una mano hacia atrás.

A diferencia de su hermano Arsen, él no era una persona acostumbrada a cargar con grandes pesos a la espalda. Solo estaba acostumbrado a su ligero arco y carcaj.

Era ligero y rápido, pero no por ello menos mortífero. Necesitaba la velocidad, no la fuerza de su hermano. Necesitaba los 5 sentidos para estar alerta todo el tiempo. Cada trampa, cada segundo, contaba.  Acostumbraron a luchar juntos en mil guerras. A veces les tocaba ganar, y a veces les tocaba perder. Pero ahí estaban sin lesiones graves. No todos tenían la misma suerte.

Mientras Aeneas estaba escondido entre las sombras de alguna mata o árbol esperando el momento justo para que una flecha impactase contra el cráneo de algún enemigo, su hermano despedazaba con una gran espada al contrincante. Eran un dúo perfecto.

La coordinación y la simbiosis en la lucha era sobrehumana, y ya no solo en la lucha. Desde pequeños, habían sido inseparables. Pero eran tan diferentes...

Arsen siempre fue responsable y el hermano mayor serio y respetado que siempre está ahí cuando ocurre algo malo. Y eso que solo se llevaban dos años... Él en cambio, siempre metiéndose en follones. Decían que Arsen en el futuro sería el mayor guerrero jamás visto, y así era, aunque carecía de maldad.

Sus relaciones sociales nunca fueron escasas. Aeneas siempre fue más solitario que el resto de la gente. Arsen normalmente acudía de pequeño en su defensa, cuando sabía que no podía correr más huyendo de las masas de críos a los que hacía trastadas.

Sacó la flecha y mirándola receloso empezó a jugar con su dedo y la punta.

Claro, hasta que el dúo se convirtió en cosa de tres.

La manzana seguía tambaleándose de un lado a otro y estaba empezando a encontrarse nervioso y cada vez que pensaba en ello, su cabreo crecía de una manera descomunal. Nunca actuaba de forma impulsiva. Él era preciso, siempre, bajo cualquier circunstancia, lo tenía todo controlado.

Esa estúpida Aure. Por su culpa todo se había ido al traste. ¿Se creía Arsen que por ser su futura esposa yo iba a hablarle con dulzura y aceptarla en el seno familiar?. Por muy contento que él estuviera con ella, no podía pretender que yo la tratase bien. Llevo ya trescientas disputas con él por mis formas. ¿Pero qué quiere que haga? ¿Quiere que me porte bien con ella cuando me sonríe y me habla de esa forma tan calmada como una brisa invernal? ¿Quiere que cada vez que la veo sentada sobre un banco haciendo cetros de flores le diga lo hermosa que está? ¿Quiere que siga escuchando sin inmutarme cada una de sus virtudes y defectos? Porque sé ya tantas cosas de ella que sí, si podría hacerlo...

En un movimiento impulsivo y rápido de una fracción de segundo, sacó el arco, tensó, y con rabia y un guiño de ojo tiró de forma violenta la flecha contra la manzana.

La flecha se incrustró en el tronco del árbol haciendo un profundo agujero en este. Con algo especial...La manzana estaba intacta.