Veinticuatro; Tres del Oeste

A pesar de que tenía nombre y apellidos, le gustaba usar nombres falsos en cada hostal. Es por eso que jamás se presenta en vuestros textos con un nombre concreto, pero vosotros ya la conocéis.

Daba igual, él no sabía su nombre pero sabía lo del cartel, y tras una noche de comentarios bordes hasta se alegró de que álguien, por insoportable que fuera, le dijera al día siguiente de ir a un bar. Nunca tenía prisa.

- Los taberneros nunca hacen preguntas y las personas que te consiguen hospedaje, tampoco. Si vas a decirme de una vez qué es lo que quieres sacar de mi con un chantaje, hazlo, porque en un bar es inútil intentar una locura.

 - Jajajaja. Eres orgullosa como todas las mujeres, aunque seas del desierto. No te falta razón al decir que voy  buscando un beneficio. Tu observas que la gente, sea la ciudad que sea, no se busca complicaciones en la vida. No se meten en problemas con el sherif, tienen sus vacas, sus caballos, si tienen suerte, huertos. ¿Son felices? Nunca saben la respuesta. ¿Y qué hacen? Irse al río a buscar oro por si pueden ponerse otro empaste ya que no saben forjar. Pero tú estabas tumbada en una duna a las tantas de la mañana huyendo de algo, alguien, o lejos de un sitio que no es tu casa. Buscas problemas con el sherif, robas bancos...

- Hoy en día, todo el mundo puede parecer listo contando un dialogo ensayado de hace años y describiendo lo último que sabe de alguien. ¿Quieres un beneficio? Vaya, tu tampoco eres honrado. Felicidades. Tengo cosas que hacer así que rapidito vaquero.

- Lo que quiero es saber por qué.

- ¿Por qué qué? Dios, preguntas demasiado, deja de preguntarme cosas.

- Por qué todo. Deja de evitarlas.

- Vaquero... moriras siendo pobre. Vaya trato tan... estúpido.

- Exijo mi respuesta y no me iré hasta que respondas. Por cierto, se te ha caído la armónica del rebote.

- Ni la toques.