De pronto el mundo vibró ante
ella. Una sensación la dejaba completamente desnuda ante la inmensidad del
universo. Podía notar una mirada profunda que se hincaba sin compasión como una
bala a 4 metros de distancia sobre su nuca. El giro duró un segundo, pero su
bloqueo mental en ese momento pareció durar una eternidad. Y ocurrió. Lillium
pestañeó sin ser consciente de que una única y desolada lágrima recorría su
mejilla lentamente.
El individuo se hallaba sentado
en una mesa al fondo de la taberna. Cubría su rostro cabizbajo con una capucha
y a simple vista parecía un trotamundos de lo más normal. Solo un gesto con un
dedo la invitó a sentarse junto a él... magnético, implacable. Al subir la
cabeza todos los temores y dudas que albergaba Lillium desaparecieron dando
paso a una cara llena de tristeza y tranquilidad. No podía comprender que su
cuerpo de Ruhst recreara emociones tan sumamente humanas.
Se sentó, le miró fijamente a los
ojos, y tembló. Tras un largo silencio lleno de sentimientos encontrados una
voz ocre, dulce y cálida le susurró a través de Dráia.
- Panith... me he enamorado
tantas veces de ti en tantas vidas distintas que ahora ni siquiera me hace
falta saber tu nombre. Ya ha pasado demasiado tiempo...
¿Por qué quiero llorar? Los Ruhst
no lloran... Yo no era Panith, o sí, o no... ¿Qué me estaba pasando?
- Me has traído tantas veces de
vuelta, a tantos lugares y momentos diferentes, que ya no me importa en qué me
he convertido, ni cuál es mi misión en esta historia, ni siquiera a quién he de
salvar ni cuándo he de morir. No puedo dormir, tengo flashes de cosas que han
vivido otras personas, no puedo comer, y hace siglos que olvidé la sensación
que me reportaba notar el viento del invierno en mi piel cuando era solo una persona
humana. Vivo entre dos franjas tan diferentes, tan juntas, tan separadas... que
la única forma de mantener estable lo que soy ahora, era pensar que algún día
volvería a ver esos ojos azul cristal.
- No debiste recordarlos. De
hecho no debiste recordar nada de eso Panith, algo salió mal. Escúchame, Dráia
era la única solución, era la única forma de salvarte y eliminar tu existencia
anterior, no podía traerte más de vuelta, la vida tiene su límite y nosotros lo
sobrepasamos hasta el extremo.
- ¡¿Por qué no me dejaste morir?!
¡¿Por qué he tenido que pasar por esto?!
- Porque tú me lo pediste aunque
no puedas recordarlo. Algún día te lo mostraré, pero ese día aún está muy
lejos. Tienes demasiadas cosas que aprender, demasiadas situaciones por las que
pasar, y demasiadas cosas que descubrir por ti misma. Pequeña, en tu nueva vida ahora solo eres un bebé, no sería
justo para ti obligarte a crecer deprisa. Has de madurar como Ruhst, porque
solo tú puedes completar nuestro sueño.
Estaba perdida. Perdida en sus
ojos, en sus palabras. La cabeza le daba vueltas. Solo quería saber...
comprender...
- Dogma, si es así como te
llaman, por favor... cuéntame quien soy y si es cierto lo que dicen los
escritos.
La reacción de la joven le
provocó una leve sonrisa. Hacía mucho tiempo que nadie se dirigía a él así, de
forma directa. Hablar de Dogma implicaba pronunciar un nombre exiliado,
repudiado y alabado a partes iguales, siempre respetado fuera y dentro de la
burbuja. Hablar de dogma acarreaba planteamientos peligrosos, fueras de la raza
que fueras. Siendo un Dios la respuesta equivocada a la pregunta podía costarte
el exilio, y siendo Humano, la muerte. Todos preferían evitar el tema y fue
cayendo en el olvido tras su desaparición.
- No sé que dicen esos escritos
aunque siempre he sido aficionado a la lectura, aun así, puedo contarte una
historia. Mi historia.
Yo era un Dios joven, importante
dentro de mi clan, uno de los más poderosos de toda la superficie. Hablamos de
una era en la que los Dioses empezaron a perder el contacto con la humanidad,
los inicios de la separación total. Solo un grupo de Dioses menores seguía
bajando de vez en cuando a la profundidad para infundir temor, recibir halagos
o sentirse importantes demostrando su superioridad natural, alguien tenía que
seguir divulgando la jerarquía y las normas de este mundo a los mortales. Yo
era su alto mando y supervisor, así que aunque no me importaban demasiado el
resto de especies, tenía que bajar.
El tiempo pasaba y la sociedad
Diossana se asentó completamente. Todo el esfuerzo que suponía bajar empezó a
ser innecesario puesto que los humanos ya habían aceptado su destino y estaban
puramente concienciados de las leyes natural. El mundo era regular, las
profundidades ya no importaban lo más mínimo. Entonces para mi, conforme fueron
pasando los milenios, todo se volvió aburrido e insustancial. Es curioso, de ser humano siempre me habría
preguntado qué hace un Dios cuando se aburre si no baja a jugar con lo que ha
creado.
Yo bajaba a la tierra para
realizar la misma tarea que los aristócratas humanos cuando observan sus
hormigueros de cristal en los estantes de sus vitrinas, como los artistas
observan cuadros abstractos buscando su significado. En mi caso, mi hormiguero
preferido estaba en Gradflam, un poblado situado en una llanura repleta de ríos.
Lo curioso del lugar es que algunos de los aldeanos habían conseguido domar el
fuego mediante magia. Empecé a obsesionarme con ese sitio y cambié mi aspecto
al de un humano normal para integrarme más fácilmente y observar de cerca, pero
era incapaz de disimular mi color de ojos característico, así que me hice pasar
por un viajero de Eöl, ya que sus habitantes poseen el color ocular más
parecido al nuestro dentro de lo que cabe.
Un día, paseando cerca de la
orilla de uno de los ríos más apartados de la ciudadela, me detuve a mirar qué
hacía una niña de aproximadamente 5 o 6 años. Tenía el pelo rojo y un aspecto
vivaracho, como el resto de los críos de su edad. Prendió fuego unos matorrales
que había cerca. Eso llamó mi atención porque no utilizó ningún tipo de
cerilla. Las mujeres no podían aprender ignición, a nivel natural es una magia
imposible de realizar para ellas, al igual que los hombres no podían parir bajo
ningún concepto. Acababa de ver probablemente lo más interesante en millones de
años dentro de los errores de la naturaleza humana y no podía perderme la
continuación.
Cuando se percató de mi presencia,
su primera reacción fue correr, acababa de realizar algo que estaba muy mal y
solo temía el castigo. Apagué el fuego de forma poco ortodoxa, corrí tras ella
y fácilmente la atrapé, estaba llorando, pero intenté calmarla un poco.
-¿Cómo te llamas pequeña?
Prometo no hacerte daño ni diré nada de lo sucedido ¿ves? ya está apagado.
- Panith señor.
- Panith, lo que acabas de hacer
está muy mal. No puedes ir por ahí quemando cosas o durarás viva menos de lo
que uno de esos yras que crían en tu
comarca. ¿Me comprendes?
- Si señor, no lo volveré a
hacer.
- Panith escucha, voy a contarte
un secreto. Eso que sabes hacer... no lo sabe hacer mucha gente más. Tienes que
guardarlo en secreto, o te matarán. No puedes hacer uso de él.
En el fondo la niña me importaba
poco, pero era mi fuente de entretenimiento principal por un rato. 30, puede
que 40 años... total, qué son 40 años en la vida de un Dios. Sin embargo ver el
partido no era lo mismo que jugarlo, así que me comprometí a participar en él.
La enseñaría a utilizar su error natural y así podría divertirme un poco. Nadie
notaría una pequeña ausencia por allí arriba.